Crónicas



Pocas veces me da por comentar una película, pero esta película merece la pena. Era sábado y no teníamos planeado ir al cine, se me ocurrió de golpe y a media hora de que empiece salimos volando hasta el MAAC cine.

Nos dejaron unos cuantos minutos en oscuridad total y finalmente las letras blancas empezaron a aparecer en la pantalla negra. Me emocioné, sabía que algo bueno empezaba.

Me gustaría poder decir que me fijé en la iluminación o la edición, pero a pesar de tener metida la teoría cinematográfica en la cabeza, nada me pudo importar más que las acciones de los personajes que armaban una historia de esas que te dejan un saborcito amargo pero que te maravillan por la facilidad con la que representan la crudeza de la realidad.

Bastaron los primeros 15 minutos para darnos cuenta de que efectivamente se reflejaba en la pantalla parte de una violenta cultura reaccionaria. En un lugar donde la justicia es casi inexistente y donde la palabra de los medios de comunicación puede ser poderosa cuando es menos conveniente. Ese poder que no debe caer en las manos equivocadas (pero que cae obviamente).

Siento que idudablemente la construcción de la historia fue muy buena, las secuencias llevaban ritmo y es justamente eso lo que nos hace entrar tanto en los sucesos, entramos porque la fluidez de las escenas de Crónicas nos lleva de la mano por este sendero investigativo. Como espectadores sentimos las ganas de prevenir, de decir o de hacer algo porque sabemos más los protagonistas.

Durante la producción de Crónicas tuve la oportunidad de leer el libreto final y de sorprenderme con la historia; ver la misma historia transformada de letras a imágenes me dio esa segunda sorpresa grata. Me sabía el final y los nudos pero me impactó como si ignorara totalmente cada suceso. Porque ante mis ojos lo mejor de Crónicas es la exactitud de cada personaje que tiene su propio conflicto y sus propio intereses.

Y en medio del camino por el que me guió Cordero de principio a fin en esta producción está el orgullo mezclado con la impotencia, el orgullo de saber que esta historia podrá ser el primer paso hacia un cine ecuatoriano excelente y con el apoyo necesario; y la impotencia de no poder cambiar el final de una historia que de tan real y probable me asusta.

Sentí, no sé si por identificación o por ingenuidad pero lo hice y cuando una película me provoca una reacción creo que es meritorio un comentario. Regresamos a casa callados, mientras estacionábamos el carro resumimos la experiencia de la única forma en que en ese momento nos fue posible: - ¡qué hijueputa!