Ante ayer me corté el pelo. Esta es una actividad bastante común en los hombres, en especial en los que, como yo, les crece el cabello bastante rápido. Es algo que he hecho muchísimas veces en mi vida, así que ya me conocía de memoria el procedimiento, aunque en este caso habían pasado muchos meses desde la última vez que me corté el pelo (estaba bastante largo).
Así que ahí estaba en la silla, cuando de pronto el peluquero, al igual que otras veces, me pide que por favor me saque los lentes.
Allá va la realidad.
Tengo miopía desde los 6 años, recuerdo haberme dado cuenta cuando no pude leer lo que puso la profe en el pizarrón. En esa época (y creo que todavía) mi superhéroe favorito era superman, yo quería ser como él (solía cargar el disfraz por debajo de la ropa) y mientras más me pareciera a él, mejor. Por eso me alegré tanto cuando me mandaron lentes, me pase el primer día mareado y mirándome al espejo a ver como me hacía el peinado de Clark Kent.
Al principio fue divertido, tener que usar lentes era algo importante para mi, me hacía sentir especial, eran un gran juguete una ventana que me dejaban ver a una realidad más enfocada (según yo, el mundo estaba desenfocado, mis ojos estaban bien), eran mis lentes de rayos x, la fuente de mis súper poderes, mi protección contra los enemigos (no le pegarías a un hombre con lentes, ¿verdad?) y muchas cosas más.
Con el tiempo desarrolle algo llamado miopía progresiva, que no es más que el aumento gradual de la miopía que ya tengo, o sea mientras más tiempo pasa más ciego me voy quedando. Así fui cambiando de lentes, a veces porque ya no me servían otras veces (la mayoría) porque los rompía en algún desafortunado accidente (es por eso que no juego fútbol). Aprendí a no sacármelos nunca, sólo para dormir y nadar. Mis lentes se volvieron parte integral de mi vida, de lo que soy.
No veo nada.
Es lo que pensé frente al espejo en el peluquero. Trataba de reconocer alguna de las borrosas figuras que tenía al frente, pero no podía, no sabía que era esa cosa semi cuadrada de color rojo que estaba frente a mi, no pude saber que veía, logré deducir unos cuantos objetos por su forma pero no estaba seguro de nada, nunca estoy seguro de nada.
Muchas veces me olvidaba que los tenía puestos, y me lanzaba a la piscina y luego al salir del fondo, me pegaba un buen susto al ver gotas de agua inmóviles en el aire. Otras veces me acostaba boca abajo de golpe, y terminaba deformando a los pobre lentes. Aprendí que los tornillos se pueden aflojar solos, y que en casos de emergencia se pueden apretar con las uñas. Descubrí que, con mucho cuidado, puedes volver a darle forma al marco y que la cinta scotch puede ser tu mejor amiga.
-¿Larga o corta?
- ¿Que?
- ¿Patilla larga o corta?
- Ehmm... no se
- ¿Por aquí está bien?
- Ehh... no se, no veo
- Pues póngase los lentes
- ¡Ah! si, ahí esta bien
Había gente esperando el turno en la peluquería, pero no podía distinguir sus rostros, los miraba directamente porque para mi no eran más que manchas color piel. Trataba de distinguir algo, de ver si podía deducir donde estaban los ojos, y donde la nariz. Pero nada.
Hubo épocas en que se dañaban mis lentes, y tenía que andar sin ellos por un par de días. Mis amigos se burlaban de mi y al verme pasar, buscándolos, no me llamaban para que los vea. Normalmente yo reconocía a la gente por el color de la ropa, pero en un colegio, es complicado saber cual de todos los que tienen camisa blanca y blue jean es tu amigo.
También tengo astigmatismo, lo que hace que todo sea más borroso todavía. Es sorprendente como yo puedo, prácticamente, sacarme los ojos de la cara y dejar de ver por un momento; que mi visión se ensucie y poder limpiarla con un pañuelito; que se nuble todo cuando hay vapor o cuando salgo de un lugar frío a otro caliente...
- Listo joven, ya está, quedó como para fiesta
- A ver, veamos como quedé... ahh muy bien, gracias.
- De nada joven.
y sobretodo no poder ver cuando me cortan el pelo, y tener que esperar hasta el final para ponerme los lentes y poder verme en el espejo, llevarme el shock de verme con el pelo corto así de pronto, sin haber visto la transición del corte, es más, creo que nunca la veré.
Así que ahí estaba en la silla, cuando de pronto el peluquero, al igual que otras veces, me pide que por favor me saque los lentes.
Allá va la realidad.
Tengo miopía desde los 6 años, recuerdo haberme dado cuenta cuando no pude leer lo que puso la profe en el pizarrón. En esa época (y creo que todavía) mi superhéroe favorito era superman, yo quería ser como él (solía cargar el disfraz por debajo de la ropa) y mientras más me pareciera a él, mejor. Por eso me alegré tanto cuando me mandaron lentes, me pase el primer día mareado y mirándome al espejo a ver como me hacía el peinado de Clark Kent.
Al principio fue divertido, tener que usar lentes era algo importante para mi, me hacía sentir especial, eran un gran juguete una ventana que me dejaban ver a una realidad más enfocada (según yo, el mundo estaba desenfocado, mis ojos estaban bien), eran mis lentes de rayos x, la fuente de mis súper poderes, mi protección contra los enemigos (no le pegarías a un hombre con lentes, ¿verdad?) y muchas cosas más.
Con el tiempo desarrolle algo llamado miopía progresiva, que no es más que el aumento gradual de la miopía que ya tengo, o sea mientras más tiempo pasa más ciego me voy quedando. Así fui cambiando de lentes, a veces porque ya no me servían otras veces (la mayoría) porque los rompía en algún desafortunado accidente (es por eso que no juego fútbol). Aprendí a no sacármelos nunca, sólo para dormir y nadar. Mis lentes se volvieron parte integral de mi vida, de lo que soy.
No veo nada.
Es lo que pensé frente al espejo en el peluquero. Trataba de reconocer alguna de las borrosas figuras que tenía al frente, pero no podía, no sabía que era esa cosa semi cuadrada de color rojo que estaba frente a mi, no pude saber que veía, logré deducir unos cuantos objetos por su forma pero no estaba seguro de nada, nunca estoy seguro de nada.
Muchas veces me olvidaba que los tenía puestos, y me lanzaba a la piscina y luego al salir del fondo, me pegaba un buen susto al ver gotas de agua inmóviles en el aire. Otras veces me acostaba boca abajo de golpe, y terminaba deformando a los pobre lentes. Aprendí que los tornillos se pueden aflojar solos, y que en casos de emergencia se pueden apretar con las uñas. Descubrí que, con mucho cuidado, puedes volver a darle forma al marco y que la cinta scotch puede ser tu mejor amiga.
-¿Larga o corta?
- ¿Que?
- ¿Patilla larga o corta?
- Ehmm... no se
- ¿Por aquí está bien?
- Ehh... no se, no veo
- Pues póngase los lentes
- ¡Ah! si, ahí esta bien
Había gente esperando el turno en la peluquería, pero no podía distinguir sus rostros, los miraba directamente porque para mi no eran más que manchas color piel. Trataba de distinguir algo, de ver si podía deducir donde estaban los ojos, y donde la nariz. Pero nada.
Hubo épocas en que se dañaban mis lentes, y tenía que andar sin ellos por un par de días. Mis amigos se burlaban de mi y al verme pasar, buscándolos, no me llamaban para que los vea. Normalmente yo reconocía a la gente por el color de la ropa, pero en un colegio, es complicado saber cual de todos los que tienen camisa blanca y blue jean es tu amigo.
También tengo astigmatismo, lo que hace que todo sea más borroso todavía. Es sorprendente como yo puedo, prácticamente, sacarme los ojos de la cara y dejar de ver por un momento; que mi visión se ensucie y poder limpiarla con un pañuelito; que se nuble todo cuando hay vapor o cuando salgo de un lugar frío a otro caliente...
- Listo joven, ya está, quedó como para fiesta
- A ver, veamos como quedé... ahh muy bien, gracias.
- De nada joven.
y sobretodo no poder ver cuando me cortan el pelo, y tener que esperar hasta el final para ponerme los lentes y poder verme en el espejo, llevarme el shock de verme con el pelo corto así de pronto, sin haber visto la transición del corte, es más, creo que nunca la veré.
|