A mi perro lo asustaban mucho los fuegos artificiales y las camaretas, casi tanto como a mí. Hubo un par de fin de años que pasé encerrada en el baño abrazada del perro tratando de aislar el sonido de tantas explosiones. Luego salía cuando todo estaba más callado y veía desde el vidrio de la ventana, porque no me atrevía a ir al balcón a ver como mi gran año viejo al que vestí y senté en mi sala cual muñeco gigante estaba envuelto en llamas en medio de la diversión de mis dos hermanos mayores.
Luego subían a la casa los que estaban abajo lanzando camaretas y demás a los años viejos, porque como estaba toda la familia había mínimo 5 años viejos. Llorando, mi abuelita nos abraza a todos uno a uno y nos da la bendición, mi papá abre una botella de champagne y todos gritan y se abrazan. Un par de primos a los que no me gustaba prestarles mis juguetes llegaban a la casa y querían jugar conmigo mientras yo solo quería ver televisión y abrazar a mi perro hasta quedarme dormida.
Pero no, era imposible porque la bulla merengosa era inmensa, porque otros niños se adueñaban de mi cuarto, mi abuelita se encerraba en el suyo, en el cuarto de mis papás había algún bebé disfrutando de una cama entera y aire acondicionado y mi perro debía estar encerrado en la cocina para que no moleste a los "invitados" que amanecian en alguna parte de mi casa dormidos al día siguiente.
Cada 31 de diciembre era un martirio para una niña como yo, llegaba la tarde y yo me prometía que esa vez sería distinto. Una vez funcionó, escondí todos mis juguetes bajo la cama, y me encerré tan pronto como me dieron el último abrazo de año nuevo aunque la música era un estorbo al menos tenía mi espacio, no abrí la puerta hasta el día siguiente por más que me lo pidieron.
De veras odiaba la llegada del nuevo año, la detestaba con mi vida no le encontraba nada de entretenido y me confundía el hecho de que muchas otras personas se lo encontraran.
Las cosas hoy son distintas pero ese dejo de desagrado cuando empiezan a reventar las primeras camaretas prevalece. Ya no debo quedarme en casa mientras algunos se emborrachan, puedo salir a caminar con LJ, beber una cerveza en el malecón de Salinas y escoger si quiero pasar una noche tranquila o si decido que es sea el único día del año destinado para bailar en público, son las ventajas de ser una niña grande.
Aún me molesta la bulla pero al menos mi abuelita aún nos bendice, todos lloran y se abrazan mientras alguien nos baña con champagne, ahora puedo disfrutar un poco más de la noche , dejo al perrito en casa con la tele encendida y disfruto del delicioso pavo de mi mamá. Sin embargo la niña pequeña no se recupera por completo de sus traumas, supongo que es el precio a pagar por celebrar tradiciones en masa.
¿Tienes algún trauma de año nuevo?
AÑADIDO ESPECIAL:
Un gran beso para Paulette en su cumpleaños, el staff de Locura Extraordinaria salutes you!
"...me gustaba como me gustaban los empastados cuando era chiquita, chiquita, cuiquita..." Paulette
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