Anoche estuve frente a mi televisor hasta la 1 de la madrugada viendo un documental sobre hechos ocurridos en Austria durante la segunda guerra mundial, específicamente acerca de los crímenes de un doctor llamado Heinrich Gross. Es cierto que con respecto a la guerra los atropellos a la humanidad son innumerables, pero nunca cesan de sorprenderme algunas cosas. Tal vez estoy atrasada y muchos ya han oido la historia de Spiegelgrund pero hasta ayer para mi era absolutamente desconocida.
772 niños, algunos con discapacidades mentales, otros con discapacidades físicas, hijos de hogares rotos y en fin todos los niños considerados no aptos para pertenecer a la comunidad del pueblo germano fueron llevados al hospital Spiegelgrund para ser sometidos a diversos experimentos científicos.
Bebés de meses o jóvenes de 13 años, daba lo mismo; se llevaba un registro del proceso del programa de eutanasia del III Reich, como se llamaba al conjunto de esperimentos ya que debido a que estaban tan flacos era mejor dejarlos morir, por lo que existen hasta la fecha fotografías tanto de los rostros tristes de los niños como de sus cuerpecitos reducidos a piel y huesos.
El Dr. Gross inyectaba aire en el cerebro de los niños, y quién sabe que otras barbaridades, el caso es que poco a poco los 772 niños murieron a sus manos para que él consiga su objetivo, experimentar con sus cerebros. En sí Gross quería encontrar el orígen de las malfomaciones cerebrales, pero no logré encontrar ni yo ni los del documental que haya logrado ningún descubrimiento genial en sus observaciones.
Terminó la guerra y al Dr. Gross ni lo tocaron, más bien lo dejaron en el mismo hospital con sus cerebros, fue una eminencia forense y psquiátrica y trabajó en el mismo hospital haciendo investigaciones hasta que se jubiló y el estado paga hasta el día de hoy su pensión, le fue otorgada una medalla científica que debido a nuevas evidencias en su contra y al reclamo de los familiares de las víctimas le fue revocada no hace mucho.
Los cerebros de los niños fueron enterrados al fin en una ceremonia masiva, un especialista debió reunirlos y determinar qué pertenecía a quién. Se han encontrado además más de 1.500 diapositivas comprobando la realización de los experimentos y cartas que confiman su culpabilidad pero la justicia austriaca no pudo enjuiciarlo porque estaba demasiado senil, aunque luego del juicio en una entrevista habló muy bien el viejo, decía "es que no me acuerdo de nada".
¿Conclusión? La del documental, el Dr. Gross ganó, hizo lo que le dió la gana, recibe una pensión del estado y vive muy bien a pesar de todo. La mía, a veces realmente espero que Dios exista y les pueda dar una patada en las bolas a gente como este señor.
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