Del otro lado del cigarrillo

Para muchos debe ser muy etretenido fumar, debe ser relajante, debe ser de alguna manera hasta indispensable.

Mi madre fuma desde que recuerdo, tías, primos, amigos, todos en todos lados, nunca falta alguien sosteniendo un cigarro encendido entre sus dedos. Muchos menos yo, no, no quiero ponerme seria mencionando los daños a la salud o el dinero que diariamente le entregan a las multinacionales que dominan el planeta, yo como siempre les quiero hablar de mí.

Es que el cigarro y yo tenemos unas cuantas deudas pendientes, yo no resiento el humo del cigarro por su olor o por ser "de segunda mano" sino por el efecto que tiene en mi sensible nariz. Es el problema de ser asmática.

Se me congestiona el sistema respiratorio, una extraña sensación recorre mi garganta y mis ojos como que quieren y no quieren llorar.

Sin embargo, a mi alrededor la gente fuma, fuma porque es su comstumbre, fuman porque les es indispensable y porque se borra por unos segundos de su mente mi intolerancia al humo. Para quienes fuman el problema es casi invisible, ellos lo disfrutan.

Y me da pena pedirles que no fumen, quitarles su derecho a meterse el humo a los pulmones que ellos por ser dueños de si mismos tienen, y soporto cuando estoy de humor su compañía con humo aunque preferiría su compañía sin él.

Porque para los que estamos del otro lado del cigarro, no es relajante, no es entretenido ni indispensable. Es un estado al que aferrarse en una ciudad donde el cigarro entre los dedos puede ser tan vital como para mí el oxígeno, aunque éste también a veces me falte.