¿Creen que exista la probabilidad de que todos saboreemos diferente, de que nuestras papilas gustativas sean ligeramente distintas a las de los demás y por eso no siempre estemos de acuerdo en lo que sabe bien o mal? Bueno, tal vez estoy siendo extremista con esta pregunta pero el punto aquí es recordar que lo que a mi me gusta no necesariamente debe gustarte a ti.
Yo odio comer mariscos, la concha, los ostiones y mejillones me parecen poco alimentos; el único animal marino que disfruto comer es el pescado y estas preferencias me han traido apreciaciones diversas a lo largo de mi vida. Muchos me dicen que soy boba al no apreciar estas supuestas delicias pero a mi no me emocionan ni me interesan, me provocan la misma sensación que cuando pienso en comer hígado, un pequeño -¡yak! ¿No hay otra cosa?
Parte de la sensación fea que me producen los mariscos viene de su forma. Cuando comemos carne, embutidos, cerdo o pollo no tenemos una visión de la totalidad del animal porque nuestros ojos ya se han acostumbrado a percibir una pierna de pollo como alimento, por lo tanto, nos olvidamos momentáneamente que eso en el plato fue un ser vivo.
En cambio con los mariscos está la forma animalesca completa presente, la sensación al masticarlos es tan extraña y el sabor no vale la pena, al menos no para mí. Hay cosas cuya sensación al masticar detesto como el pimiento, en esa categoría entra también la concha o el pulpo. En fin, no hay como verles el lado bueno, simplemente ante mi sentido del gusto no saben bien.
Y digo, yo estoy en mi derecho de no ser discriminada por mis inclinaciones alimenticias. Es cuestión de gustos, yo simplemente no puedo comer tomate o guatita y hay personas a quienes debe encantarles.
De pronto ahora que lo pienso eso de las papilas gustativas puede no ser tan descabellado; después de todo a mi me encanta el helado de pistacho, comer aguacate con galletitas de sal y mezclar las papitas de cebolla con negrito de chocolate.
Live and let die.
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