Hasta hace tres años podía afirmar con toda la convicción del mundo que tener celular y mirarlo a cada momento era una estupidez, solía tener un celular que dejaba en el fondo de mi mochila y que acumulaba polvo. Hasta que un día mientras visitaba el oscuro pasillo donde murieron algunos de nuestros patriotas en un conocido museo de la capital algún culturizado ladrón decidió llevarse mi aparatito de comunicación.
No podía estar "incomunicada" y mi padre me regaló un segundo teléfono pequeñito y azul que cantaba "la cucaracha" cada vez que alguien me llamaba, pero en una de mis exploraciones al centro de la ciudad también me fue sustraído por algún antisocial muy sigiloso. Así fue como llego a mi vida un tercer celular, esta vez uno grande y nada llamativo para que nadie tenga ganas de robárselo.
Otro aparato que pasó a vivir en el fondo de mi mochila una mochila que pasaba o tirada en el suelo o pegada a mi espalda mientras hacia de todo. Obviamente después de tanto golpe y sangoloteo el bendito aparato paso a mejor vida y tuvimos que buscar un nuevo aparato para reemplazarlo, el cuarto celular fue un poco más querido y ya no sangoloteaba en la mochila.
Mi cuarto celular fue el mejor de todos, y comparado con el dinosaurio que lo precedía era una maravilla de la tecnología, tenía agenda, alarma, calculadora, llamada por voz y podía enviar y recibir mensajes de texto, funciones que mi antiguo celular solamente soñó tener. Y así fue que este nuevo teléfono -llamémoslo Blacky- pasó a ser sin darme cuenta parte de mi vida.
Durante dos años lo amé con la pasión con la que amó los helados de pistacho, lo cuidé lo suficiente como para no dejarlo botado. Sobrevivió naufragios, lágrimas, caídas y hasta mordidas de perro, me había aprendido sus teclas de memoria y en él guardaba muchos recuerdos que en noches frías calentaban mi corazoncito. Esos mensajitos románticos de texto o de voz que a una le levantan hasta la dignidad más caída.
Este sábado, mi amado teléfono con la pantalla rayada y las teclas borradas pasó a mejor vida. Durante una seudo fiesta por un descuido de Long John y mío mi teléfono quedó botado en algún lugar del monte cuando nos dimos cuenta se había ido para siempre, tratamos de llamar pero algún #$##%& ya lo había apagado. Lloré su pérdida y aún lo extraño.
¿Cómo es posible que lo que un día odiaba se haya convertido en una parte tan importante de mi vida? Fue un solo día sin celular y me sentía desnuda como si me anduviera por la calle sin ropa interior, nadie sabe que te falta solamente tú. Un miserable día en el cual la desesperación se adueño de mí, no podía comunicarme con nadie y estaba botada en el malecón del salado donde solamente hay cabinas Porta pero como otra de las ironías de mi ciudad no hay ningún lugar cercano para comprar las tarjetas para usar las mentadas cabinas.
Long John ya me obsequió un nuevo aparato, no es Blacky pero es lindo por el hecho de ser un obsequio y porque luego de un día sin celular el nuevo teléfono es la cosa más extraordinaria de este planeta. Me decepciono un poco a mi misma pero debo aceptar mi realidad, me he convertido con el paso de los años en una más. Otra de las personas que transitan por la vida preocupándose de cosas tan materiales y vanas como su celular y que necesitan inexplicablemente del aparatito telefónico tanto como necesitan el aire o la comida. Shame on me!
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