Variaciones de un jueves
por Paulette
El mal de los tiempos modernos. Así suelo llamarlo; ese irremediable culto a la belleza del que todos, y me incluyo, nos hemos vuelto víctimas comienza a abrumarme. Siento como de a poco quiero mandar el gimnasio al infierno y de paso hacer mi obra del día y decirle a la rubia de la caminadora de al lado que, haga lo que haga, él no dejará a su mujer.
Sin embargo, sigo. Un minuto más y otro. De repente me doy cuenta de que es hora de irme a casa, total, mis piernas seguirán iguales mañana y pasado; además recuerdo el lamido de Olivia de esta mañana y descubro una razón más para salir de ahí corriendo.
Camino. El tiempo que pasa del gimnasio a casa no es mucho, es un buen momento para respirar el smog de los buses de la transitada Av. Orellana y de paso encender un cigarrillo; al diablo la oxigenación del cuerpo. Paso por debajo de los árboles mirando para arriba para así poder ver como gracias a la rapidez de mis pasos, la visión que logro obtener se parece a un cielo con mil estrellas (cursi, lo sé). Lo disfruto.
Los pitos tratan de desconectarme otra vez de lo mío. Y claro, lo logran por algunos minutos; pero cuando intento ensimismarme de nuevo aparece frente a mí esta gran masa de cemento de calidad estética ausente. San Marino se abre paso y solo logro verlo como un gran campo de batallas perdidas.
Al fin llego, cruzo la avenida que tanto odio cruzar y agarro mi pequeña peatonal. Me siento segura. Ahí esta el parque pequeñito donde Cache y Olivia logran arrastrarme, y más adelante ya se ve la piedra que por algún extraño motivo, mi madre nunca quitó.
Al poner la llave en la puerta escucho una voz pegajosa. La reconozco, claro, ¡¡es el amigo costarricense de mi papá que años atrás tenía una orquesta!! "la nena era cuarentona, tenía barba y bigote y el novio era un mulatito que se la comió de noche". Entro, están mis nenas embelesadas al verlos bailar, y aunque el LP ya no suena tan bien, ellos bailan como siempre.
Rio. Me siento y los veo, y no paro de reírme. "¿quieres bailar?" me pregunta. Y me paro, aún tiene el mismo ritmo de cuando yo tenía 10 años. Luego de un par de canciones se cansa "Uy ya ni modo, las rodillas no son las mismas". Se tumba en la silla. Mi mamá, hundiéndole el dedo en la panza, le dice "hace raaaato", y sigue bailando. Y yo claro, solo logro pensar como esos momentos son los únicos del día en los que todo comienza una vez más a tener sentido.
Sin embargo, sigo. Un minuto más y otro. De repente me doy cuenta de que es hora de irme a casa, total, mis piernas seguirán iguales mañana y pasado; además recuerdo el lamido de Olivia de esta mañana y descubro una razón más para salir de ahí corriendo.
Camino. El tiempo que pasa del gimnasio a casa no es mucho, es un buen momento para respirar el smog de los buses de la transitada Av. Orellana y de paso encender un cigarrillo; al diablo la oxigenación del cuerpo. Paso por debajo de los árboles mirando para arriba para así poder ver como gracias a la rapidez de mis pasos, la visión que logro obtener se parece a un cielo con mil estrellas (cursi, lo sé). Lo disfruto.
Los pitos tratan de desconectarme otra vez de lo mío. Y claro, lo logran por algunos minutos; pero cuando intento ensimismarme de nuevo aparece frente a mí esta gran masa de cemento de calidad estética ausente. San Marino se abre paso y solo logro verlo como un gran campo de batallas perdidas.
Al fin llego, cruzo la avenida que tanto odio cruzar y agarro mi pequeña peatonal. Me siento segura. Ahí esta el parque pequeñito donde Cache y Olivia logran arrastrarme, y más adelante ya se ve la piedra que por algún extraño motivo, mi madre nunca quitó.
Al poner la llave en la puerta escucho una voz pegajosa. La reconozco, claro, ¡¡es el amigo costarricense de mi papá que años atrás tenía una orquesta!! "la nena era cuarentona, tenía barba y bigote y el novio era un mulatito que se la comió de noche". Entro, están mis nenas embelesadas al verlos bailar, y aunque el LP ya no suena tan bien, ellos bailan como siempre.
Rio. Me siento y los veo, y no paro de reírme. "¿quieres bailar?" me pregunta. Y me paro, aún tiene el mismo ritmo de cuando yo tenía 10 años. Luego de un par de canciones se cansa "Uy ya ni modo, las rodillas no son las mismas". Se tumba en la silla. Mi mamá, hundiéndole el dedo en la panza, le dice "hace raaaato", y sigue bailando. Y yo claro, solo logro pensar como esos momentos son los únicos del día en los que todo comienza una vez más a tener sentido.
|