Puedo afirmar con certeza que este fue el viaje más interesante de mi vida, por lo menos de la vivida hasta el momento. Aunque para algunos pueda sonar aburrido para mí y para mis otros cuatro acompañantes de viaje, de carro, de carpa y de pescado apanado fue una experiencia que vale la pena contar una y otra vez para reirse de todo y disfrutarlo uno y otra vez.
El oscuro viaje hasta Puerto Cayo nos adelantó en el camino, estábamos cerca de Montañita nuestra próxima parada. El clima no fue nuetsro aliado, la humedad reinaba en la ciudad y el piso estaba enlodado, dábamos pasos cortos para avanzar al único lugar donde pudimos no solo encontrar hoteles decentes sino además escoger el que más nos guste, en todos podían acogernos.
El cambio de ambiente fue refrescante, de la inactividd de una playa donde al parecer la gente estaba escondida al ruido y despliegue de personajes de Montañita, música, pizza y alcohol por todos lados. Esta iba a ser la noche de movimiento después de tanto relax.
La noche nos caía y decidimos explorar, pasamos por fogatas y decidimos quedarnos es un lugar donde servían coctéles buenos, bonitos y baratos.
Yo por lo general no bebo, pero esa noche lo hice, con tres cócteles estaba más allá de "la happy dimension" y lo único en lo que podía pensar era en lo mucho que quería un collar azul que mis compañeros no me permitieron ir a comprar por miedo de que me vaya de oreja al lodo.
Pero se me pasó rápido, luego, en el restaurant del hotel vino el descubrimiento. Estábamos en Montañita y un aire de libertad nos recorría, hicimos lo lógico, LJ y yo nunca lo habíamos hecho, aunque siempre habíamos sentido la curiosidad de hacerlo. Éramos los últimos en aquel local y nadie nos diría nada. Así fue como por primera vez LJ y yo... jugamos Scrabble.
En serio, me encantó jugarlo, la pica de hacer triples tantos de palabra, pensar palabras con X, ay qué emocionante.
Y después a dormir, en una cabaña cuyas ventanas cerradas no permitían el paso de los rayos del sol, dormimos de largo porque aún parecía de noche. Hicimos el checkout y a desayunar.
Tigrillo con chorizo, batidos de fruta, una tentación que nos arrastró a quedarnos en un local en el cual nos esperaba la impaciencia. Ordenamos y a los 15 minutos vemos que llega el tipo de comprar las salchichas, la atención fue terrible, se olvidaron de todos los jugos y la dueña no atinaba a excusarse por la demora, tan solo una hora luego de ordenar pudimos comer algo que si bien no era tigrillo estuvo bien rico.
La última parada: Salinas, nuestra conocida amiga. Hicimos una parada en un club pero el frío hizo imposible disfrutar de las piscinas así que partimos hacia Salinas con el afán de buscar un lugar conocido y que no cueste porque el dinero escaseaba: la casa de LJ. La última noche fue tranquila, un heladito por aquí y una partidita de Scrabble por allá, esa noche dormí mejor que ninguna otra. Pero me empezaba a aquejar la nostalgia.
Luego de cuatro días de viaje, extrañaba mi casa, mi perro y a mi familia; y a la vez extrañaría el Bluemovil y a mis compañeros de viaje. El camino llegaba a su fin y sentí aldo de nostalgia, mezclado con el ardor de la piel quemada por el sol de Canoa.
Descubrí que hay tanto que no conozco, que la belleza es subjetiva y que no importa el lugar tanto como la compañía. Aprendí que puedo sorprender a otros con mi habilidad para comer en cualquier momento, que puedo bañarme muy bien con jarrito y que no siempre es necesario echarse rinse en la cabeza, aunque para algunos el shampoo sea indispensable.
Se acababa el cuento mientras el Bluemovil se detenía frente a mi casa, no más noches de estrellas, ni más aventuras en la arena, mi hogar dulce hogar me daba la bienvenida.
El oscuro viaje hasta Puerto Cayo nos adelantó en el camino, estábamos cerca de Montañita nuestra próxima parada. El clima no fue nuetsro aliado, la humedad reinaba en la ciudad y el piso estaba enlodado, dábamos pasos cortos para avanzar al único lugar donde pudimos no solo encontrar hoteles decentes sino además escoger el que más nos guste, en todos podían acogernos.
El cambio de ambiente fue refrescante, de la inactividd de una playa donde al parecer la gente estaba escondida al ruido y despliegue de personajes de Montañita, música, pizza y alcohol por todos lados. Esta iba a ser la noche de movimiento después de tanto relax.
La noche nos caía y decidimos explorar, pasamos por fogatas y decidimos quedarnos es un lugar donde servían coctéles buenos, bonitos y baratos.
Yo por lo general no bebo, pero esa noche lo hice, con tres cócteles estaba más allá de "la happy dimension" y lo único en lo que podía pensar era en lo mucho que quería un collar azul que mis compañeros no me permitieron ir a comprar por miedo de que me vaya de oreja al lodo.
Pero se me pasó rápido, luego, en el restaurant del hotel vino el descubrimiento. Estábamos en Montañita y un aire de libertad nos recorría, hicimos lo lógico, LJ y yo nunca lo habíamos hecho, aunque siempre habíamos sentido la curiosidad de hacerlo. Éramos los últimos en aquel local y nadie nos diría nada. Así fue como por primera vez LJ y yo... jugamos Scrabble.
En serio, me encantó jugarlo, la pica de hacer triples tantos de palabra, pensar palabras con X, ay qué emocionante.
Y después a dormir, en una cabaña cuyas ventanas cerradas no permitían el paso de los rayos del sol, dormimos de largo porque aún parecía de noche. Hicimos el checkout y a desayunar.
Tigrillo con chorizo, batidos de fruta, una tentación que nos arrastró a quedarnos en un local en el cual nos esperaba la impaciencia. Ordenamos y a los 15 minutos vemos que llega el tipo de comprar las salchichas, la atención fue terrible, se olvidaron de todos los jugos y la dueña no atinaba a excusarse por la demora, tan solo una hora luego de ordenar pudimos comer algo que si bien no era tigrillo estuvo bien rico.
La última parada: Salinas, nuestra conocida amiga. Hicimos una parada en un club pero el frío hizo imposible disfrutar de las piscinas así que partimos hacia Salinas con el afán de buscar un lugar conocido y que no cueste porque el dinero escaseaba: la casa de LJ. La última noche fue tranquila, un heladito por aquí y una partidita de Scrabble por allá, esa noche dormí mejor que ninguna otra. Pero me empezaba a aquejar la nostalgia.
Luego de cuatro días de viaje, extrañaba mi casa, mi perro y a mi familia; y a la vez extrañaría el Bluemovil y a mis compañeros de viaje. El camino llegaba a su fin y sentí aldo de nostalgia, mezclado con el ardor de la piel quemada por el sol de Canoa.
Descubrí que hay tanto que no conozco, que la belleza es subjetiva y que no importa el lugar tanto como la compañía. Aprendí que puedo sorprender a otros con mi habilidad para comer en cualquier momento, que puedo bañarme muy bien con jarrito y que no siempre es necesario echarse rinse en la cabeza, aunque para algunos el shampoo sea indispensable.
Se acababa el cuento mientras el Bluemovil se detenía frente a mi casa, no más noches de estrellas, ni más aventuras en la arena, mi hogar dulce hogar me daba la bienvenida.
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