El Viaje Vol. 1: De como empezamos

Gracias por venir, a continuación el inicio de un relato épico, maravilloso, mágico y misterioso comparable solo con el de El señor de los Anillos, sólo que acá no había anillo, más bien éramos la comunidad del pescado apanado. Prepárate, coge tu canguil y tu cola (o té helado preferible) y agárrate que nos vamos.

Todo comenzó una semana antes, cuando decidíamos acerca de nuestro destino. Yo no estaba seguro de viajar pero una rápida y certera intervención de la prima de Sadie, Olga (nombre ficticio) me convenció para que nuestro destino sea Bahía de Caráquez. El viernes fue la celebración de cumpleaños de El Manaba y justamente se dió la oportunidad de incluir en el viaje a nuestra gran amiga Poisonous Sunflower. Así que éramos cinco, Sexy Sadie, Blue Meanie, Poisonito, Olga y yo.

Salimos tranquilos, sin esperarnos siquiera lo que iba a pasar, nos dirigimos alegremente hacia la provincia de Manabí y por la emoción nos fuimos de largo y no viramos en Alburquerque, por suerte nos dimos cuenta a tiempo y volvimos. Conducimos por las carreteras del Guayas (inserte aquí silbidito de guayitas) hasta llegar al límite. Ingresamos a la maravillosa (y extraña) provincia de Manabí, que nos recibía con una estatua bien interesante.



No me hagas bajar que te parto

La primera parada fue donde un vendedor súper entusiasta que sobre todas las cosas exhortaba a que te lleves latas de durazno, había cientos de latas por todo el lugar, en pirámides, aún me intriga el motivo.

Avanzamos hacia el increíble y tenebroso bosque de los ceibos, ese si sacado directamente de El Señor de los Anillos, parecía que ya mismo caminaba, Blue Meanie estaba esperanzado en hablar con uno, y le sacó esta foto.


"Los arboles no hablan" dijo el arbol

Seguimos y seguimos sin detenernos, hasta que nos desorientamos y ya llegando a Portoviejo (creo) pedimos ayuda a un lugareño. Sadie se bajó a preguntarle y el resto observamos desde el carro como el amable caballero hacia más señas que coach de baseball, al rato volvió Sadie y simplemente dijo "hay que seguir recto".
Muchas vueltas después (vueltas sospechosamente parecidas a las indicaciones del lugareño) llegamos a Bahía de Caráquez, con una emoción solamente sobrepasada por el hambre maldita que nos manejábamos. Paramos en un restaurante interesante y justo cuando nos estábamos amarrando el mantel al cuello, la dueña se nos acerca y nos dice "la comida estará lista en una hora, ¿pueden volver luego?"
Ya en un kiosko, riéndonos de la petición de la señora, nos encontramos con que la tecnología y el desarrollo no tienen límites, vislumbré un increíble invento, ¡Algo nunca antes visto! ¡¡Era un objeto sorprendente capaz de trasladar automoviles de un lado de la bahía al otro!! ¡Era fantástico! ¡¡Una maravilla moderna llamada gabarra!! Algo completamente nue... ¿Ah? Este... me informan por acá que la gabarra no es un nuevo invento y que existe desde hace años, eh... lo siento... olviden lo escrito arriba, es que salgo poco.


Nosotros somos los que estamos en el carro

Y bueno, nos trepamos a la gabarra y luego de un par de mareos, llegamos al otro lado, a San Vicente. La gente no estaba muy de acuerdo en acampar en Bahía (por motivos monetarios) y tampoco en San Vicente (porque no se veía muy entretenido) así que seguimos otros 18 k.m. hasta Canoa, un pequeño pueblo cuyo slogan pintado en la pared decía "Todo tranquilo, relax que estas en Canoa" (en serio). Me hubiera encantado hacer eso, es más, ese era mi plan.

Pero el destino tenía planeado algo más entretenido (para él), quien diría que en cuestión de 1 hora estaría levantando un carro con las manos y aflojando para el shampoo...

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