Cuando me quedé dormido el mundo me pareció de pronto un canica, que cuidadosamente traté de no pisar mientras caminaba por un espacio oscuro y moteado de lucecitas que me saludaban a lo lejos. Caminé con cuidado, no perdón, floté con cuidado para no estropear el aparente desorden en que se desenvolvía todo.
Nuestro sol, inmenso y eterno, no parecía más que un foco de 120wts, pero al alejarme se convirtió en un puntito que giraba a su vez sobre otro gran foco que a su vez giraba alrededor de otro igual. Nuestra galaxia entera se desenrrollaba frente a mi como un manto que se alejaba hasta el horizonte hacia el Este. Pero qué digo! Si ya no sé cual es norte o sur, ni este ni oeste.
Y nuestro planeta flota como un átomo de polvo en el remolino que es el universo, y en cada uno de esos puntitos hay un hermano o hermana mí@, que sin saberlo, está pensando en mí, que sin saberlo me necesita como yo lo necesito a él, como el cosmos que se envuelve en un abrir y cerrar de ojos. Como una gota de sangre que no se da cuenta de que está en un cuerpo y sigue nomás la corriente, sin darse cuenta de que es parte de algo más grande.
Y de pronto, estoy de vuelta aquí, sentado en un bus, con calor, con hambre y escuchando una cumbia o algo así a todo volumen.
Quisiera contagiarlos a todos, de esto tan raro que me pasa, es como una corriente que me mete una fiebre de curiosidad, de comprenderlo todo, de sentirme ignorante y sabio al mismo tiempo. Me siento casi que un yogi, un maestro pensador evolucionado por darme cuenta de la insignificancia de nuestro entorno, de que no todo es importante, de darme cuenta, aparentemente antes que el resto, de nuestra relación directa con el cosmos y el karma y tantas cosas más.
Pero me siento igual de intrascendente, inocuo e inútil al ver que a nadie puedo convencer de que la paz viene de adentro, de que la violencia no soluciona, de que no hay que ser egoístas.
No por antender lo URGENTE, olvides lo IMPORTANTE.
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