Y algunos dirían que tener mucho tiempo libre es improductivo, pero no necesariamente porque aparte de jugar en los pocos ratos que LJ afloja la PC y crear nuevas ideas para sánduches de tres pisos uno empieza a cuestionarse los hechos de la vida, las grandes filosofías, esos problemas fundamentales del camino que recorremos en esta vida, esos pedacitos de verdad que se encuentran escondidos en nuestro comportamiento humano durante las 24 horas al día en los que nos dedicamos simplemente a existir.
Así fue como en algún momento mientras me vestía mientras a lo lejos escuchaba las conocidas notas de "Nuestro Juramento" y pensaba en que era una gran canción (porque ando hormonal y de pronto cual revelación la entendí profundamente) empecé a cantar y a dejarme llevar y luego pues bueno me detuve a pensar por un segundo como eso mismo que estaba haciendo no lo habría hecho nunca digamos que a los doce años, tomando en cuenta que estaba en toalla, que no vivo sola y que normalmente la canción suele ser cantada durante severos estados etílicos; y me di cuenta de que se debe a que, mientras más años vivimos, más desvergonzados nos volvemos.
Yo de pequeña y tímida siempre estuve convencida de que mis padres estaban locos, es más, de que toda mi familia estaba medio loca. Los hechos simples son que si yo leía "no pise el césped" pues cualquier cosa podría ocurrir y yo no pisaba el césped porque ahí decía que no lo haga. Con el tiempo crecemos y nos damos cuenta de que hay cosas que no son tan graves, que hay transgresiones necesarias.
Y de que hay preocupaciones innecesarias que se forjan en el miedo a la vergüenza que atañe el no ser igual que el resto, así como a los doce a uno le preocupaban las banalidades más grandes de la vida como la marca de los jeans, la rutina de acicalamiento ineludible de antes de ir al colegio, estar al día con la música y de qué llevabas el sánduche, cosas que parecían importantes y qué ahora son las pendejadas más pendejas porque cuando crecemos deja de importarnos.
La vergüenza muere con los años, de grande uno hace inclusive trámites porque no hay miedo de hacer las cosas mal, hay mucho menos miedo de equivocarnos. Por eso nuestros padres ya saben qué cosas mandar a la mierda, que reglas transgredir y cómo enfrentar sapamente la eventualidad de que esa transgresión tenga consecuencias, y nuestros abuelos aún más.
Mi hijo me verá bailar con la Traviata, inventarme una excusa por llegar tarde debido a que quiero dormir más antes de llevarlo a la escuela, me verá improvisar disfraces y todo le parecerá extraño, le pareceré loca y eso está bien porque algún día lo entenderá y sino no importa seré lo suficientemente grande como para saber que las apariencias son lo que menos importa.
Conclusión: Es bueno ser desvergonzados.
Post auspiciado por la Organización Independiente de Sinvergüenzas Unidos.
Así fue como en algún momento mientras me vestía mientras a lo lejos escuchaba las conocidas notas de "Nuestro Juramento" y pensaba en que era una gran canción (porque ando hormonal y de pronto cual revelación la entendí profundamente) empecé a cantar y a dejarme llevar y luego pues bueno me detuve a pensar por un segundo como eso mismo que estaba haciendo no lo habría hecho nunca digamos que a los doce años, tomando en cuenta que estaba en toalla, que no vivo sola y que normalmente la canción suele ser cantada durante severos estados etílicos; y me di cuenta de que se debe a que, mientras más años vivimos, más desvergonzados nos volvemos.
Yo de pequeña y tímida siempre estuve convencida de que mis padres estaban locos, es más, de que toda mi familia estaba medio loca. Los hechos simples son que si yo leía "no pise el césped" pues cualquier cosa podría ocurrir y yo no pisaba el césped porque ahí decía que no lo haga. Con el tiempo crecemos y nos damos cuenta de que hay cosas que no son tan graves, que hay transgresiones necesarias.
Y de que hay preocupaciones innecesarias que se forjan en el miedo a la vergüenza que atañe el no ser igual que el resto, así como a los doce a uno le preocupaban las banalidades más grandes de la vida como la marca de los jeans, la rutina de acicalamiento ineludible de antes de ir al colegio, estar al día con la música y de qué llevabas el sánduche, cosas que parecían importantes y qué ahora son las pendejadas más pendejas porque cuando crecemos deja de importarnos.
La vergüenza muere con los años, de grande uno hace inclusive trámites porque no hay miedo de hacer las cosas mal, hay mucho menos miedo de equivocarnos. Por eso nuestros padres ya saben qué cosas mandar a la mierda, que reglas transgredir y cómo enfrentar sapamente la eventualidad de que esa transgresión tenga consecuencias, y nuestros abuelos aún más.
Mi hijo me verá bailar con la Traviata, inventarme una excusa por llegar tarde debido a que quiero dormir más antes de llevarlo a la escuela, me verá improvisar disfraces y todo le parecerá extraño, le pareceré loca y eso está bien porque algún día lo entenderá y sino no importa seré lo suficientemente grande como para saber que las apariencias son lo que menos importa.
Conclusión: Es bueno ser desvergonzados.
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